Intento comprender el por qué de cada día, el transcurso lento y monótono del tiempo, la inestabilidad de los sentimientos, las frágiles promesas... la sensatez y la cordura que intento encontrar en mi camino ha desaparecido en un intento de huir de la cruel realidad. Siento como si nada fuese ya esencial para mí, no encuentro nada por lo que querer seguir adelante, nada que me impida quedarme estancada atrás.
Y las mariposas ya se han ido, querían escapar de este campo muerto en el que nadie ha querido permanecer; un campo negro, devastado por el dolor, corroído por la ira y finalmente devorado por la agonía, en el ambiente aún se percibe débilmente el fuerte olor a soledad. Pero una de ellas, la más inocente y sencilla, se ha quedado atrapada, tiene las alas atadas a los recuerdos, al amor que poco a poco la vacía por dentro, que la corroe por fuera; se queda inmóvil, viendo arder sus alas, viendo cómo en un instante su libertad no es más que un puñado de cenizas de las que ya no queda nada, al igual que sus esperanzas de escapar de allí algún día.
Abro los ojos y busco entre el estéril suelo tu olor, tus caricias,tus palabras, sigo buscando todo aquello que un día me regalaste, quiero cogerlo, sostenerlo en mis manos y agarrarlo fuerte, muy fuerte hasta que todo esto pase, procuraré no mojarlo por culpa de las lágrimas.
A estas alturas he abrazado tantas veces la traición que se me hace rutinario caminar con ella, agarrada a mi espalda, haciendo que el peso sobre mis hombros sean aún mayor, dejándome sin aliento a cada paso, arrebatándome cada suspiro, borrando de mi cara cualquier indicio de felicidad.
Y saborear de nuevo la decepción, un plato común, pero del que estoy cansada de tragar, cansada de condimentarlo con mentiras y falsas esperanzas que yo misma he creado en este mundo.
Aquí no es todo de color negro, que va, sería más fácil si lo fuera, de esa manera, podría ignorar lo que ocurre a mi alrededor, cerrar los ojos y desear que todo esto no sea más que una pesadilla, un mal sueño del que pronto despertaré. Aquí las cosas se suelen de tintar de color amarillo, un color enfermo, podrido, mustio como los corazones abandonados; el color morado que tiñe los fuertes impactos que tienen las palabras y los actos frente a nuestros sentimientos, frente a lo que un día fue nuestra razón de existir; el color azul no seduce con su profundidad, nos arrastra hasta él y luego nos retiene, como si de entre barrotes se tratase, ahogándonos en nuestros mayores miedos, sin dejarnos opción a escapar.
Esta mariposa por fin reposa en el suelo, al fin descansará de la monotonía de los días, dejando atrás el dolor, recuperando por fin las alas que un día perdió, volando libre a un final de cuento, aunque por desgracia, este final sea fruto de sus últimas deliraciones antes del último aleteo de vida.
Nunca podré aclarar esto que siento, más bien, que sentía... es el inconveniente de la muerte, acaba conjugando todos los verbos en pasados.