lunes, 29 de agosto de 2011

Demasiadas promesas que volaron y se quemaron con la lluvia ácida.


Ya  nada me retiene aquí, nada me impide irme de lo que una vez fue mi hogar, donde cultivé mis más gratos recuerdos, donde sembré cada gota de felicidad para luego recogerla en tiempos de necesidad, donde día a día labraba un gran campo de sentimientos que afloraban al comienzo de la primavera. Hasta que llegó un turbulento invierno, la espesura de la niebla y el gélido aire devastó todo lo que guardaba en mi corazón, todo lo que verdaderamente importaba, arrancando de mis entrañas cada pequeña pieza necesaria, dejándome completamente vacío, como si de un espantapájaros fuera.
Desde entonces todo es diferente. Me limito a mirar la lluvia desde una ventana, mientras las ramas de los árboles se mueven precipitadamente por culpa del tormentoso viento arrancando de ellos todas y cada una de las hojas que en ellas se hayaran, dejándolo sin el mínimo ápice de vida; empecé soñar despierto imaginando el fin de esta soledad, pero no recordaba lo que era sentir una mano cálida sosteniendo la tuya para que no te perdieras por los oscuros caminos, extraño las sonrisas que tanto me gustaba que esbozaras...
Las mentiras se convirtieron en una rutina de la que era preso día a día, recuerdo tantas promesas por las que me até a la gente, tanto daño que me hicieron al dejarlas volar, llevándose con ellas mis más inocentes ilusiones. Dejé mi corazón abierto, esperando a que alguien entrara y me ayudara a recuperar todo lo que una vez perdí.
Desconfiar es la mayor de mis aficiones, no querer es lo que me mantiene aún en pie, el cariño y la amistad no son más que simples apariencias.
Hoy me despido de todos, de todas las espinas que me hicieron daño al acercarme a ellas y a esa delicada rosa que espero que algún día crezca en este marchito corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario